lunes, 28 de marzo de 2016

Pishá


- ¡Pishá... Pishá...! Sí, me acuerdo... era un tipo alto, flaco, narigón... Era muy creyente... muy supersticioso..., dice Tulio.
- ¿Recordás cómo se llamaba...?
- No... ¡era Pishá...!
Como muchos de aquellos hombres que habían perdido por goleada la razón o el motivo de sus vidas, Pishá no tenía más amigos que las gaviotas y los pájaros, pero a diferencia de muchos triunfadores, no tenía enemigos.
Por las tardes, cuando las gaviotas iban en busca de su refugio nocturno para el descanso de su picoteo diario alrededor de los buques anclados en la ría, Pishá las llamaba con esa voz cascada de su incurable disfonía: Giovanna... vienni... ¡vienni Giovanna...!
Si alguna gaviota revoloteaba, por simple capricho irracional, Pishá decía, con la más absoluta y sincera convicción: ¡Viste... viste... me conoce...!
El "Giovanna, vieni..."estaría denunciando su raíz itálica o algún amor perdido.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 26 y 27.

lunes, 7 de marzo de 2016

Pishita


Antonio Espósito tenía un nombre para el civil y otro para la popular: Pishita. Era de esos bohemios que andan por los pueblos sin que nadie intente sustraerlos de su hermosa candidez intelectual. En cada ciudadano del mundo, por seguro y sólido que parezca, hay un sedimento de gitanería que no siempre surge a la luz pero que existe en lo más recóndito de su espíritu.
Pishita era más honesto, menos hipócrita, más leal a su ingenua identidad. Vivía sin complicaciones, al día, al minuto, sin preocupación. Desconocía por completo las consecuencias del stress y no sufría problemas generacionales.
Una mañana Ivo Distéfano, ferroviario "del tiempo de los ingleses", lo encontró en una comisaría de Mayor Buratovich. Encaró al oficial:
- ¿Qué hace este muchacho aquí...?
- Lo bajamos de un carguero en averiguación de antecedentes y como no tenía nada le dijimos que estaba libre... Hace varios días que está aquí... ¡no se quiere ir...!


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 26.

Chacalí


¡Qué buen nadador era Chacalí...! Las opiniones son coincidentes. En aguas abiertas no había quien le ganara, aunque algunos quedaran a media cabeza. Chacalí, Vicentito Ursino y el alemán entraban al agua sin salpicar una gota. Hacían catorce, quince vueltas al elevador viejo, de escalera a escalera, sin agotarse y podían seguir.
En White no había piletas de agua dulce como la que entonces tenía Pacífico frente a las Colonias de la calle Brickman y Donado cerca del puente Colón. Allí se entrenaban los hermanos Sugden, Canelo, Bournaud, Juan Carlos Roncoroni y muchos otros nadadores que dieron fama a la natación bahiense. Los whitenses eran de mar, de mar abierto. Nunca tuvieron oportunidad de demostrar su valor en competencia abierta. Pero eran nadadores excepcionales.
Vicentito Ursino se tiraba desde el muelle y desaparecía bajo el agua (entonces no contaminada...) y cuando ya la gente comenzaba a preocuparse por la tardanza en reaparecer, asomaba su cabeza ensortijada y echaba un chorrito de agua, como las ballenas... Chacalí (Guillermo Espósito en los papeles) era el mejor de la trilogía, pero Vicentito y el alemán empardaban el placé a una brazada.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; p. 25.

Pechito


Otro personaje pintoresco: Pechito Mancinelli. Tenía un aparato digestivo formidable. En una cena comió cuarenta y ocho choclos y después varios huevos duros. Los informantes coinciden: los huevos duros, ¡con cáscara...!

Con el ruso Martimiuck abrieron una carnicería en la calle Siches, al lado de La Siempre Verde. Pechito atendía el mostrador. Una señora pidió un "chingolo". Se llamaba así a una parte de la res, como quien pide una "tortuguita". Pechito no sabía qué era el tal chingolo. Abrió la heladera, silbó como llamando a un pajarito pero como el chingolo no contestaba le dijo a la clienta: No hay...

Otro cliente pidió un kilo de vacío. Pechito fue a la heladera, vio un corte de vacío que le pareció demasiado apetitoso y mirando al socio le dijo:
- ¿Lo guardamos para nosotros...?
- Sí, dale...
A la semana cerraron la carnicería.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 24 y 25.
 

Vicente Angelozzi



Manejaba bien la zurda pero la derecha era "la otra". Si la pelota le venía para la de madera, pasaba la izquierda por delante y le daba con la útil. Pero con una le bastaba para ser, muchas veces, la figura de la cancha.
En esa época Comercial era una potencia. La línea media -eran los tiempos de un arquero, dos zagueros, tres medios y cinco delanteros- la formaban Nanes (o Nani...) Cavallero y Angelozzi. Cuando ellos se fueron se terminaron los años de gloria. Después llegó algún campeonato, un regional, un nacional (del que mejor es no acordarse...) pero un plantel sólido, regular, eficiente, duradero como aquél no hubo más.
No era un tipo fácil Vicente. Serio, introvertido, jugaba y no hablaba. Eso sí, cuando decía algo era para el mármol.

Con los periodistas no se llevaba muy bien. Una vez se enojó porque en La Nueva Provincia apareció un comentario que le pareció injusto. Y cuando el autor de la nota fue a White varios hinchas lo increparon. Entre ellos Vicente. Consecuencia, durante mucho tiempo cuando se hacía la crónica del partido de Comercial, su nombre era, simplemente, N. N.

Durante el partido Angelozzi miraba las tribunas y calculaba, por la cantidad de público, cuánto les iba a corresponder de "viático". No eran profesionales puros, pero siempre había una parte de la recaudación para los jugadores.
- Hoy sacamos 3.50... 3.60... le decía a Tiumaní. Y si le erraba era por 10 centavos... Había adquirido un sentido muy afinado de la realidad.

Comercial perdía, en su cancha, 3 a 1. En el vestuario se hizo una promesa: Por lo menos, ¡empatar...!
 Entraron al segundo tiempo dispuestos a echar el resto. Empataron, pero quedaron reventados y faltaban como diez minutos. Comenzó la rutina de enfriar el partido y jugador que caía tardaba una semana en levantarse. Descansar... Le tocó a Tiumaní. Vicente se le acercó y le decía, en voz baja:
- Fate il morto... fate il morto... (Hacete el muerto). El árbitro, que había adivinado la canchereada, le preguntó:
- ¿Qué le está diciendo usted...?
- Que se levante de una vez, referee...

 No era un tipo fino Vicente. Pero era sincero, honesto, frontal. Si tenía algo que decir no buscaba intermediarios. Lo decía, así le costara la cabeza. Vicente Angelozzi no cantaba el arroz con leche.


Extraído de "Historietas Whitenses", de Ampelio M. Liberali. Museo del Puerto. Edición de la Cocina del Puerto de Ingeniero White. Bahía Blanca. Octubre de 1994; pp. 23 y 24.